domingo, 28 de junio de 2009

Vacío


Aquella tarde, sin avisar, el cielo se oscureció. El vacío se apoderó de su alma. Las nubes lloraron con ella. Había perdido al Amo que nunca tuvo. El Dueño que nunca existió la había abandonado.

Cuando dejó de llorar, pensó que no importaba. Algún día le encontraría. Triste consuelo, porque el vacío es poderoso. Y tal vez Él, sencillamente, no exista.


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domingo, 14 de junio de 2009

Nostalgia


Hacía días que él se había ido. ¿Cuántos? Tres, cinco, diez... No importaba, a ella le parecía que había pasado una eternidad. Se removió en la cama, incómoda. Aquella cama que le parecía una prisión cuando él no estaba en ella. Aquella noche, tumbada cómodamente, se sentía mucho menos libre que aquellas que había pasado atada junto a él.

El móvil, junto a ella, no sonaba. Tampoco había noticias en su correo electrónico, que comprobaba obsesivamente cada tres minutos. Retomó la lectura. Sin darse cuenta leyó tres veces la misma línea. Suspiró, aburrida. Volvió la vista al móvil y comprobó de nuevo el correo electrónico. Nada. Decidió escribirle, hoy debía haberlo hecho ya unas diez veces. Aún no había empezado a escribir cuando una sonrisa iluminó su cara. Ahí estaba... le había llegado algo.



Abrió el correo, anhelante. La orden era concisa: "Al suelo, de rodillas. Ten el móvil cerca, te avisaré cuando puedas levantarte." Una oleada de alivio recorrió su cuerpo. Él seguía ahí... Se apresuró a colocarse. Puso un cojín en sus rodillas, como él le había enseñado. Apoyó su culo sobre las piernas, ligeramente separadas. Las manos, sobre sus muslos. Le costaba mucho mantener aquella postura, él lo sabía. Pero aún así se sentía tan feliz, que ni siquiera sintió el dolor que se instaló en sus tobillos, bajo el peso de su cuerpo.

Pensó en su Amo. Últimamente le sentía tan distante, tan lejano... Tal vez por eso aquella orden inesperada había revuelto sus entrañas. Recordó la noche anterior, cuando las lágrimas resbalaban por sus mejillas. Ya no se sentía suya y esa certeza la destrozaba. Anhelaba tanto sentirse su esclava, complacerle... Y sin embargo parecía que él nada necesitaba de ella.

La incómoda postura la devolvió al presente. Se revolvió un poco. Él sabía que nunca le había desobedecido, pero aquella postura le resultaba insoportable. Siguió aguantando, ajustando un poco el peso que su cuerpo ejercía sobre sus piernas. Miró el móvil, sólo habían transcurrido doce minutos. No sabía cuánto más podría aguantar.

Su mente volvió a volar. Recordó la última vez que lo vió. Aquella noche durmió con las esposas puestas y, unida a éstas, una cadena que también le aprisionaba los tobillos. Se había sentido desamparada, él iba a estar lejos muchos días... habría deseado poder dormir en sus brazos. Por la mañana, él le había desatado cuidadosamente las ataduras. Frotó suavemente sus muñecas, sus tobillos. Mientras lo hacía besaba con dulzura su piel, levemente lastimada. Se estremeció de placer al recordarlo... Luego él se había ido sin decir nada.

Diecinueve minutos... Las piernas se le habían dormido. Se incorporó levemente sobre sus rodillas, dejando circular la sangre y volviéndose a sentar nuevamente, recolocando la postura. Susurró en sus pensamientos: "Señor... cuánto le echo de menos..."

Oyó un ruido. Los vecinos, aunque era ya un poco tarde. Se concentró en mantener la vista fija en el suelo. A veces, sin darse cuenta la levantaba, pero inmediatamente volvía a bajarla. Sabía que así era como él lo quería.

Tan concentrada estaba que no se percató de su presencia hasta que sus zapatos aparecieron en su campo visual. Su corazón se aceleró... no era posible, aún faltaban varios días para su vuelta. Levantó la vista, temerosa de que su nostalgia le hubiera jugado una mala pasada.

Cuando sus ojos se encontraron con los suyos, brillantes, supo que nunca había dejado de ser suya
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lunes, 1 de junio de 2009

La esclava hispana III. La preparación II.


Su mirada era aterradora. Aquellos ojos crueles, penetrantes. La sonrisa burlona... El mercader hizo un gesto con la mano.

Sintió que tiraban de ella, hacia atrás, agarrándola por las cuerdas que ataban sus muñecas. Se levantó a duras penas, sus piernas no la sostenían.

Se sintió aliviada cuando la desataron. Pero enseguida volvió el terror... Se vió arrastrada hacia un artilugio que no había visto al entrar. Era una especie de plataforma giratoria, de madera. Sobre ella se habían clavado dos postes de madera, uno a cada lado, unidos por un travesaño en la parte superior. Varios esclavos la colocaron, ni siquiera se resistió.

Con los brazos abiertos, ataron sus muñecas a la parte superior de los postes, en el punto donde éstos se unían con el travesaño. Sus tobillos fueron fijados a la parte inferior de los dos palos de madera. Alrededor de su cuello, una cuerda la unía con la parte central del travesaño. Jadeó... la cuerda estaba bastante apretada y la obligaba a respirar con dificultad. La postura la obligaba a mantener la cabeza gacha, el poste pasaba por detrás de su nuca. Su cuerpo, en aquella postura forzada, se encontraba ligeramente doblado hacia atrás; su culo, expuesto.



El mercader observaba todo el proceso, a cierta distancia. Cuando terminaron de colocarla, se acercó. En aquella postura, ella no alcanzaba a ver más arriba de su pecho, aún esforzándose. "Así aprenderás a no mirar a los ojos de los hombres libres, esclava. Eso es lo que eres, tu cuerpo y tu vida no te pertenecen. No tienen ningún valor, sólo aquél que quiera darles tu Dueño. Podría tenerte así horas, días, incluso para siempre. Hasta puedo no alimentarte, torturarte o mutilarte. Ahora eres de mi propiedad. Cuando te venda, el Amo que te compre podrá matarte, si lo desea. Vete haciendo a la idea."

Mientras decía esto, empujó levemente el poste, haciendo girar la plataforma. Ella no podía verle, pero sentía sus ojos clavados en todos los rincones de su cuerpo. La plataforma se había parado, dejándola de espaldas, su culo al alcance del mercader. Éste siguió hablando: "No creo que tu Dueño quiera matarte, sería un desperdicio. Probablemente quiera usar tu cuerpo para su propio placer. Que complazcas sus deseos más perversos..." Se río a carcajadas. "Tal vez quiera regalarte a un hombre poderoso para comprar algún favor. Vete preparando... al emperador, por ejemplo, le gusta saciar su líbido observando como torturan a sus esclavos."

La esclava se estremeció. El terror se apoderó de ella. Se dió cuenta de que era cierto. Podían torturarla, podían mutilarla... Podían, sencillamente, dejarla morir, aunque tal vez aquél fuera el más magnánimo de sus destinos.

La voz del mercader la sacó de sus pensamientos. "De todos modos, antes de venderte, voy a tener que probar la mercancía y asegurarme de que aprendas a ser obediente y no dejarme en mal lugar ante el comprador." Sintió su mano, brusca, sin delicadeza, explorando su ano. Lo tocó, lo abrió, lo pellizcó... Sintió sus dedos dentro de él, separándolo. Podía imaginarle medio agachado, con su cara junto a su culo, investigándolo con aquellos ojos penetrantes, intentando ver dentro de ella mientras lo manoseaba a su antojo. Apretó los dientes.

De repente, paró la exploración. La esclava alzó los ojos y vió a un esclavo acercarse con un largo palo de madera. Dios mío... ¿qué iba a hacerle con eso? Tensó su espalda, esperando los golpes. Pero éstos no llegaron.

En lugar de los esperados golpes, sintió otras manos separando sus nalgas. Ella no podía verlo, pero oía al mercader dando órdenes. "¡Separadlas!" De repente, un dolor terrible le sacudió las entrañas. Sintió el palo en el interior de su culo, su cuerpo se convulsionó... Su grito estremeció las paredes. Alguien empujó el palo hacia un lado, haciendo girar la plataforma. Nuevamente tenía al mercader ante sus ojos, o lo que podía ver de él. Intentó no llorar, pero era imposible, el dolor era demasiado intenso. "¡Apretad más!" Sintió que su cuerpo se partiría en dos, volvió a chillar... Un bofetón le cruzó la cara: "No grites, esclava." Y a continuación... "¡Más!"

El palo se introdujo todavía más en su culo y la esclava volvió a aullar de dolor. Esta vez, el bofetón la dejó casi inconsciente. "Mejor será que obedezcas y dejes de gritar, esclava." Ella sollozó y se mordió los labios. De nuevo, el dolor la penetró... pero esta vez sólo salió un grito ahogado de su garganta, los labios apretados...

Aún así el mercader no se contentó, dió la orden, una vez más. Tampoco esta vez se la oyó gritar, ya no aullaba, el dolor iba por dentro. "¡Desatadla!" Cuando le soltaron las cuerdas que la sostenían, cayó de bruces.

Intentó levantarse, pero el mercader fue más rápido. La suela de su sandalia golpeó su cara contra el suelo. "¿Crees que ya lo tienes claro, esclava? ¿Dónde está ahora tu rebeldía?" Ella no dijo nada, no podía hacerlo. Ya no le quedaban fuerzas. El mercader levantó el pie de su cara, pero ella no se movió. Le sintió sobre ella, sentía sus ropas, ni siquiera se había desvestido. Le folló el culo, aún dolorido. Ella no gritó, no gimió, no sollozó. Sólo se quedó quieta. Mientras la follaba, le manoseaba y pellizcaba los pechos. Oyó su último gemido, sintió su semen rebosando por su culo. Notó como se levantaba, no le miró, sus ojos estaban cerrados.

El líquido tibio cayó sobre su cara, mojándole el pelo, resbalando por sus mejillas, por su espalda. Los ojos seguían cerrados, pero lo reconoció por su olor... "Olvida lo que eras, esclava, porque ya no eres nada. Un meadero. Un agujero al que follar. Un cuerpo al que torturar."

Mientras se alejaba se dirigió a los esclavos: "Preparadla para el mercado".
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