martes, 26 de mayo de 2009

La esclava hispana II. La preparación


La comitiva había llegado a las afueras de la ciudad. Fuera de las murallas, en una pequeña edificación, sobria como un establo, les esperaban los funcionarios del Imperio. Les contaron, eran miles. La gran mayoría embarcarían con destino a Delos, el gran mercado del que se decía que se vendían 10.000 esclavos diarios, donde incluso se había construido un ágora diseñada expresamente con ese propósito.

El resto, sin embargo, unas pocas decenas, serían vendidos en Roma, en una subasta improvisada en el foro. Aquellos cuya apariencia o educación les convertía en ejemplares aptos para la servidumbre urbana. Entre ellos, la esclava hispana.



Escoltados ahora por unos pocos soldados, franquearon las murallas. La esclava abrió desmesuradamente sus grandes ojos negros. La ciudad era vasta, monumental, espléndida. Nada parecido a lo que ella había visto. Cruzaron barrios enteros llenos de casas. Podía distinguir grandes edificios, aún lejanos, que sobresalían de los tejados más bajos. Según se acercaban al centro, la multitud aumentaba. Ella nunca había visto a tanta gente en una sola aldea.

Los ciudadanos no les miraban. Estaban acostumbrados a las comitivas de esclavos. Sólo algunos esclavos les dirigían la mirada, algunos con simpatía, pero la mayoría con indolencia. Tenían la mirada perdida.

Se sintió extrañamente emocionada. Ella, que nunca había salido de su aldea, estaba en Roma. Aquello era otro mundo, aquel con el que había soñado. Un brusco empujón la devolvió a la realidad: "'¡Camina, esclava!" Siguió andando. Tal vez no era el mundo que había soñado.

Les guiaron hasta un humilde edificio, unas pequeñas termas. Les obligaron a desnudarse y a bañarse. Ella agradeció el baño. Le daba igual desnudarse, eso ya no importaba. Su cuerpo ya no le pertenecía. Ni siquiera le importó hacerlo rodeada de los que compartían su misma suerte, aunque eran tantos que casi no cabían y se veían obligados a apretarse unos a otros.

Sus heridas ya casi habían cicatrizado, las marcas de los golpes sufridos, de la humillación padecida, ya casi habían desaparecido. Ahora entendía porque las últimas noches la habían respetado. Alcanzaría más valor si su cuerpo estaba en buen estado, si parecía sana, y bella.

Salieron del baño, aún desnudos. El mercader les esperaba, observándoles. Pasó revista, uno a uno, examinándoles. Ella le observaba de reojo, sus ojos eran penetrantes; su expresión, cruel. Cuando llegó su turno, la observó detenidamente, de abajo arriba. Se detuvo largamente en sus muslos, en su vientre, en sus pechos. Después examinó detenidamente su cara, cogiéndola por el mentón. Ella sostuvo su mirada, desafiante. El mercader dió una orden: "Apartad a ésta". Se vió empujada fuera de la hilera de esclavos y retenida en una esquina de la estancia.

Cuando el mercader acabó de pasar revista se dirigió a ella. La miró, lascivo. "Eres una belleza y voy a sacar mucho dinero por ti. Pero la rebeldía rebaja el precio, y no voy a permitirlo. Aún faltan unas horas para la subasta, hay tiempo de corregirlo." Entonces se dirigió a un esclavo que le seguía tomando notas. "Cien azotes, con la paleta, no quiero marcas. La rojez desaparecerá a tiempo de la venta."

El esclavo se la llevó a rastras hasta otra estancia. Ella se resistía. Le habló, desesperada: "¿No vas a hacerlo, verdad? Tú también eres esclavo, ¡ayúdame!". Él la miró y ella comprendió que no la ayudaría. En sus ojos también había una expresión cruel, tal vez resultado de tantos años de esclavitud. La estancia era oscura, las paredes desnudas, de piedra, algunas argollas en la pared. En el centro había una especie de cajón de madera.

Ella seguía desnuda. Sin decir nada, el esclavo tomó una cuerda y le ató las manos a la espalda. La obligó a arrodillarse y a inclinarse hacia delante, apoyando la cabeza sobre el cajón de madera. Apenas podía moverse, pues sin el apoyo de las manos, su único punto de equilibrio era el cajón donde apoyaba la cabeza. Desde esa postura no podía ver lo que él hacía.

De repente, un golpe brutal descargó sobre sus nalgas. Sintió un escozor terrible, pero apretó los dientes para no gritar. "Cuéntalos", dijo el esclavo. Ella siguió aprentando los dientes, sin decir nada. Sintió otro golpe, mucho más fuerte.Y otra vez la orden, "¡Cuéntalos!". Siguió sin decir nada. El esclavo apretó su cabeza, presionándola contra el cajón. "Esto es para que aprendas que eres una esclava, que no tienes otra opción más que obedecer. Así lo quiere el Amo. Cuánto antes te des cuenta, menor será tu sufrimiento."

La esclava sollozó. Empezó a contar. "Tres...". "Desde el principio, esclava", y un nuevo azote descargó sobre sus nalgas. Ella gritó, en voz alta y fuerte, aún orgullosa, "¡Uno!". Los golpes siguieron cayendo. Ella seguía contando, pero según iban avanzando los números su voz se hacía mñas débil. Se esforzaba por no llorar, el dolor era terrible. "Diecisiete...". ¡Dios mío! Sólo diecisiete, el mercader había dicho cien azotes.

Empezó a llorar, silenciosamente. Sentñia que su cuerpo ya no le pertenecía. Alli estaba, desnuda, atada, azotada. Serían cien azotes, pero podrían haber sido doscientos. O cualquier otra cosa. ¿Qué vendría después?

Los golpes no cesaban. Empezó a marearse. Sin darse cuenta dejó de contar, creyó que iba a desmayarse. Un fuerte golpe la devolvió a la realidad, "¡Cuenta, esclava!". Abrió los ojos, desorientada. "Cuarenta y tres...". El esclavó soltó una carcajada. "¿Vuelves atrás? Será que te están gustando los azotes. Cuarenta y tres, entonces." Y siguió golpeando.

Ella sentía su culo enrojecido, los golpes escocían cada vez más. Intentó mantenerse despierta, no quería volver a perder la cuenta. Otra vez sintió que desfallecía, el dolor era insoportable. La postura, terrible. Le temblaban las piernas y le dolían los brazos a su espalda. Se le cerraban los ojos...

El agua helada descargó contra su cara, su pelo, su espalda...Creyó que se ahogaba... Los azotes no habían cesado. Intentó mirar a su alrededor, debía haber alguien más. Reconoció al mercader al instante. La miraba, burlón, con una mueca de crueldad en su rostro a cada uno de los azotes que ella contaba. A su lado, un joven esclavo con un barreño en la mano la miraba con piedad.

Siguió contando, observada por múltiples esclavos que se movían por la estancia. Dios... ellos lo estaban viendo... El agua resbalaba por sus nalgas. Al principio creyó que eso la aliviaría, pero no fue así. El dolor fue cada vez más intenso. Aguanta, ya falta menos...

Noventa y ocho... noventa y nueve... ¡cien! El alivio, casi el triumfo, escaparon de su garganta en aquel grito que casi lo había sido de victoria. Sus músculos se destensaron, su cabeza se relajó sobre el cajón.

Pero cuando levantó la vista para mirar al mercader, comprendió que aquello no había hecho más que empezar.
Leer más...

jueves, 21 de mayo de 2009

La esclava hispana I. La violación.


Sus pies ya no la sostenían. Las largas semanas de viaje parecían llegar a su fin. Tras largos días de campos vacíos, las villas empezaban a sucederse. La comitiva avanzaba despacio, precedida y escoltada por las milicias romanas. Los primeros días de viaje había llorado largas horas mientras caminaba. Pensaba en su aldea, en Hispania, como ellos la llamaban. En su familia, a la que sabía que nunca volvería a ver. El ejército romano había arrasado su aldea en apenas unas horas. En medio de la confusión, había perdido todo contacto con nadie a quien conociera.

Pensó en su vida anterior, y en como sería a partir de ahora. A sus 17 años hacía muchos que debería haberse casado. Recordaba cuantas veces se lo había dicho su madre. Lloró al recordarla. Su rebeldía, sin embargo, la había impedido entregarse a cualquiera de tantos hombres que la habían pretendido. Su pasión, sus ganas de conocer mundo... Pensó, amargamente, que ahora estaba conociendo otro mundo, aunque este era mucho más cruel que el que había descubierto en sus fantasías.

Recordó la primera noche tras la batalla, si es que merecía ese nombre. Los prisioneros habían sido recluidos en algunos de los edificios de la aldea. Les habían dicho que serían esclavos, serían llevados a Roma para venderlos. Los soldados estaban cansados, pero eufóricos tras la victoria. Su recompensa había sido una gran noche festiva en la que el vino corrió de mano en mano. Igual que las prisioneras. Apretó los dientes... Las semanas transcurridas no habían borrado aquellos recuerdos de su memoria. La humillación sufrida. La violación y tortura de su cuerpo...



Las mujeres más jóvenes habían sido recluidas en el mismo lugar. Los llantos no lograban apagar el fragor de la fiesta, que crecía copa a copa, trago a trago. De repente, las puertas se abrieron y los soldados se precipitaron al interior. Tambaleándose, borrachos, riendo a carcajadas. Uno de ellos la agarró por los pies y tiró de ella: "¡Eehh! ¡Esta es buena!" Intentó aferrarse a algo pero sintió como la arrastraban al exterior, sin remedio. Se retorció, dio patadas, gritó... Pero antes de darse cuenta estaba tumbada boca abajo sobre la hierba mojada.

Le dolía todo el cuerpo, la habían arrastrado largos metros. Sentía el escozor de las quemaduras en sus muslos, desnudos, pues al arrastrarla el vestido se había subido y desgarrado. Oía los gritos a su alrededor, risas, llantos, gemidos... La luz de las hogueras iluminaba ténuemente el terreno. Intentó levantarse pero no pudo, cayó de bruces contra el suelo. Oyó risotadas a su alrededor: "¡Miradla, quiere escaparse!" "Si ni siquiera puede levantarse, ¡jaja!" "Pues menos va a poder cuando acabemos con ella..." Y las carcajadas aumentaban. Y luego otra voz... "¡Quietos! Yo voy primero, babosos."

Ella rompió a llorar, su cara contra la hierba. Ni siquiera intentó cubrir sus muslos desnudos, solo cubrió su cara, para no darles el placer de verla llorar. El último en hablar la cogió de la cintura, y tiró de ella. Ni siquiera se molestó en quitarle el vestido. Subió la poca tela que aun la cubría, dejando al descubierto su culo. Le oyó reir... "¡Me habéis traído a una buena puta!" Sintió sus manos sucias sobre sus nalgas, separándolas con brusquedad. La embestida fue tan terrible que se sintió desfallecer de dolor. Gritó, aulló, lloró y hasta suplicó. No quería hacerlo, pero lo hizo. El soldado seguía riendo... "¡Mira como suplica la puta, con lo orgullosa que parecía!"

Siguió follándole el culo, una y otra vez, golpe a golpe. El dolor no cesaba, pero sus llantos pararon. Sintió sus manos sobre su espalda y sobre su cabeza, presionándola contra el suelo mientras seguía follándola, violándola. Apenas podía respirar. Dios mío, ¿es que aquello no acabaría nunca? ¡Iba a estallar de dolor! Los jadeos empezaron a intensificarse, sintió su aliento cerca, sus babas ensuciándola. "¡Perra, me voy a correr en tu culo! ¿Ya no lloras, puta? Llora para mí..." De repente, lo sintió. Su culo rebosaba el semen de aquel cerdo que acababa de violarla. Se sintió asqueada y tuvo náuseas. Él seguía dentro de ella y ella empezó a retorcerse. Necesitaba liberarse...

Él se apartó, riendo. "¡Levántate, esclava!" Ella no se movió. "¡Levántate!" Y sintió una patada en el costado que la hizo retorcese de dolor. Se levantó, como pudo. Estaba mareada, se tambaleaba. Oía las risas a su alrededor. Alguien alargó la mano y le desgarró el vestido por delante. Sus pechos quedaron al descubierto. Más risas... Tiraron de ella, la tocaron, le pellizcaron los pezones, "Me toca", "¡No, me toca a mí!". La empujaban de un lado a otro. Cayó al suelo, de rodillas. Buscó el suelo, con sus manos, algún apoyo... "¡Mírala, si ella sola se pone a cuatro patas!" Sintió como la tiraban del pelo, desde atrás, obligándola a levantar la cabeza. Otra vez... sintió una polla forzándola, esta vez en su coño. Empujaba, intentaba forzarla, pero no podía. Un brutal golpe descargó sobre su muslo, "¡Abre las piernas, perra!" Y finalmente la penetró, con fuerza, con rabia. El dolor fue brutal. Sintió como sangraba. Las embestidas se hicieron más fuertes, "Resulta que era virgen, ¡qué suerte la mía!" A ella ya ni siquiera le dolía el cuerpo. Le dolía la postura, le dolía el alma, porque al seguir tirando de su pelo veía a los demás como la miraban, como se reían...

Cerró los ojos. Sintió las embestidas, una detrás de otra, y de repente, notó algo duro en su cara. Abrió los ojos, desconcertada. Vió la polla ante su cara, empujando contra su boca. "Yo voy a estrenar el tercer agujero, esclava. ¡Abre la boca!" Ella negó con la mirada, desafiante. No vió venir el tortazo, sintió que su mejilla se desgarraba. Abrió la boca. Se la metió tan adentro que creyó que se ahogaría. Le pareció que el otro soldado se corría en su coño, pero inmediatamente volvieron las embestidas. ¿Sería otro?

Intentó concentrarse en respirar. A cada embestida sentía arcadas y creía que se ahogaba. "¿No sabes usar la lengua, inútil?" Aún sentía el semen chorreando en su coño, no sabía si se habían corrido otra vez, cuando se produjo una nueva explosión en su boca. Quiso vomitar e intentó no ahogarse, quería escupirlo, pero el soldado mantuvo su polla en su boca, obligándola a tragar...

Las lágrimas volvían a correr por sus mejillas, al recordarlo. Aquella noche y todas las que le habían seguido desde entonces. Había sido usada y humillada, despedazada y torturada. Las últimas noches no habían venido, tal vez para dejar que su cuerpo maltratado se recuperara... ¿Para qué?

Divisó a lo lejos las murallas de Roma y, extrañamente, sintió una punzada de esperanza. Al fin y al cabo, lo que la esperaba no podía ser peor de lo que ya había sufrido
.
Leer más...

lunes, 11 de mayo de 2009

Azotada


No hacía mucho que se había entregado a él. Habían charlado mucho, largas horas, meses, años. Pero apenas hacía unas pocas horas que ella le había dicho, mirándole a los ojos, suplicante. Deseo ser tuya...

Sabía lo que eso significaba. Sabía que la haría sufrir, y disfrutar. Retorcerse de dolor, y de placer. Sabía que nada de lo que sintiera con él lo había experimentado antes. Que, de algún modo extraño, todo era distinto. Y, sin embargo, conocido a la vez. Cercano, presente, real.

No le había deseado con locura, como le había ocurrido en otras ocasiones, pero sí con fuerza. No con urgencia, pero sí con serenidad, con confianza. Con seguridad. Sencillamente, había sabido que sería suya, cuando él lo deseara.

Se encontraba en una habitación, amplia, desnuda, prácticamente sin mueble alguno. La luz era tenue pero no tanto como para que no pudiera observar lo que ocurría. Le veía ir de aquí para allá, colocando objetos e instrumentos que ni siquiera sabía que existían.

Estaba desnuda. Atada por las muñecas, juntas, con unas cuerdas blancas fijadas al techo a través de una anilla. El largo de las cuerdas era justo, apenas le llegaban los pies al suelo. Su libertad de movimientos, nula. El resto de su cuerpo, expuesto, desnudo, sin cuerdas, sin adornos. Sólo su piel, temblorosa ante lo que aún no sabía que le esperaba.



Su corazón latía con fuerza y se aceleraba cada vez que él se acercaba. Pero él no la miraba. Seguía con sus preparativos, aterradores e intrigantes a la vez.

Finalmente, se acercó a ella. La besó, dulcemente, en los labios. "Si después de esto, sigues deseando ser mía, te aceptaré". Ella tembló, sus palabras la petrificaron. Sus ojos azules, transparentes, le miraron interrogadores. Qué vas a hacerme... le decían.

No le vió coger la vara. De repente, un fuerte golpe descargó sobre su nalgas, desnudas. El dolor fue tan intenso, que no pudo reprimir un grito. Se mordió los labios, las lágrimas corrían por sus mejillas. Nunca había experimentado un dolor tan brutal, tan desgarrador.

Intentó volverse, buscar su mirada, pero antes de que pudiera hacerlo, un segundo golpe, más fuerte aún que el primero, rasgó sus piel, dejando una delgada marca escarlata. Aulló de dolor. Sollozó. Se mordió los labios, más fuerte aún. No quería suplicar, no quería dejarlo, ella era más fuerte que eso, no quería, no podía... decepcionarle.

Los azotes se intensificaron, más brutales cada vez. Sus gritos desgarraron el aire al tiempo que la vara desgarraba su piel, cada vez más ardiente. Tantas veces se sintió tentada de suplicar, tantas de pedirle que parara...

Sus labios sangraban. Apenas sentía ya el dolor. Su piel ardía. Se sentía exhausta, agotada, despedazada. Colgaba prácticamente de sus muñecas, pues sus pies ya no la sostenían. Y los golpes no cesaban.

Tras unos cuantos azotes -¿cuántos habían sido? ¿10, 20, 50?-, él se acercó a ella y la besó en los labios y en las mejillas, sorbiendo su sangre y sus lágrimas. Suavemente le desató las muñecas, sujetándola para que no se desplomara. Ella se sintió desfallecer, sus ojos se nublaron y cayó en sus brazos. Él la sostuvo y la llevó, en brazos, hasta la cama. Se tumbó a su lado y la abrazó. "Ya eres mía, pequeña".

Y ella, aún desvanecida, sonrió.
Leer más...

miércoles, 6 de mayo de 2009

Encuentro II

El camarero se le acercó, con una sonrisa seductora. Hizo algún comentario sobre aquella belleza, sentada sola, pero ella no le hizo caso. Ordenó su bebida, sin más, y observó a la gente que pasaba. Sintió como la brisa corría entre sus piernas, desnudas, refrescando su deseo... de... ¿de qué?

Se quedó absorta. No sabía lo que deseaba, no sabía lo que buscaba. No sabía quién era. Pero sabía que estaba ahí. Y que algún día la poseería. Un susurro en su oído la despertó de sus pensamientos: "¿Qué hace una puta como tú, aquí tan sola?"


Se volvió, furiosa, dispuesta a abofetearle por semejante atrevimiento. ¿Qué se había creído? Él le sujetó la mano, sonriendo. Confiado. Titubeó: "¿Pero qué...?"

Él la soltó y se sentó a su lado, mirándola fijamente a los ojos. Y sin dejar de sonreir.

* * *

La siguió con la mirada, hasta aquella mesa en la terraza donde la vio sentarse. Sabía que ella ni le había mirado, pero le había sentido... Lo sabía.

Cuando le susurró al oído, pudo sentir su aroma. Fresco y cálido a la vez. Vió la furia en sus ojos -¡qué bella estaba cuando se enfadaba!-, pero también vio su desesperación, su anhelo, su deseo.

Se sentó junto a ella. Sintió como se desarmaba. Sonrió. Pidió una cerveza, sin dejar de mirarla a esos ojos azules tan transparentes, que se lo decían todo. La vió titubear... no sabía qué hacer. Su sonrisa se hizo más amplia. "¿Qué te pasa preciosa? ¿Se te ha comido la lengua el gato?" Le divirtió su enfado, ver como dudaba, y cuando se levantó para marcharse, orgullosa, la agarró del brazo: "Siéntate".

Y ella se sentó.

* * *

¿Por qué lo había hecho? ¿Por qué se había sentado? Dios... no podía pensar. Se sentía descubierta, expuesta, humillada. Instintivamente, cruzó las piernas. ¿Habría notado que no llevaba nada debajo?

Le miró de reojo, ni siquiera se atrevía a mirarle directamente. Vio la sonrisa borrarse de su cara. "No vuelvas a cruzar las piernas en mi presencia". Abrió, la boca, pero no salió ningún sonido. Temblorosa, separó las piernas. Y le víó sonreir otra vez...

Y, sin darse cuenta, ella también sonrió.

* * *
Leer más...