- ¡¡Estúpida, estúpida, estúpida!! Pero... ¿serás idiota? ¿Cómo pudiste caer otra vez en la trampa?
- Creí que él cuidaría de mí...
- Creíste, creíste... ¡Imbécil! ¿Acaso no sabes que siempre te equivocas?
La esclava seguía llorando.
- No llores, ¡maldita sea! ¡No lo merece!
- No es culpa suya. Fui yo quien se equivocó creyendo que era lo que yo esperaba.
- Eso es cierto. Siempre haces lo mismo. Eres una tonta ilusa. No entiendo cómo pudiste entregárselo.
- Ya te lo he dicho... creí que estaría en buenas manos.
- Pues ya ves lo que ha hecho con él. Espero que aprendas la lección y te lo pienses dos veces la próxima vez que quieras regalarlo.
Los llantos se hicieron más fuertes, inconsolables. Al final, acertó a murmurar:
- Ya es tarde... Yo se lo dí. Y ahora no sé cómo recuperarlo.
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