sábado, 10 de octubre de 2009

La espera


La esclava meditaba. Sentada sobre sus rodillas, sobre la cama, cerró los ojos, esperando. Intentó visualizarlo. Vio como se acercaba, con la fusta en la mano. No logró ver su rostro, aunque intuía unos ojos risueños en aquel semblante que parecía severo.

La imagen cambió. Ya no llevaba una fusta y se había sentado a su lado. Sabía que tenía otro rostro, aunque seguía sin poder verlo. La abrazó con ternura, besándola en los hombros. Ella se estremeció bajo el placer de sus caricias.

La esclava suspiró. Mantuvo los ojos cerrados, esperando otro cambio. El abrazo se esfumó, y pudo ver otro rostro acercándose a cuatro patas. Esta vez llevaba la fusta en la boca y cuando llegó junto a ella, la dejó suavemente sobre la cama, a sus pies. La esclava miró la fusta, acariciándola con la punta de sus dedos. Pudo ver como desaparecía sin apenas tocarla.

Abrió los ojos, cansada de pensar y de esperar. Y entonces fue cuando apareció.
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