jueves, 24 de diciembre de 2009

Feliz Navidad*


- Feliz navidad. -dijo ella mientras fijaba sus ojos azules en el vacío-.

- Feliz navidad. -respondió él, desde algún lugar que ella no pudo ubicar-.

- ¿Será este año?

- Tal vez. Quién sabe.

Ella suspiró. Miró a su alrededor. La habitación vacía, fría, triste, la oprimía.

Insistió: - ¿Será este año?

- Ten paciencia. Será algún día.

- O tal vez no.

Pero esta vez, él no respondió.


*Que la Navidad, seais de los que la disfrutan o de los que la sufren, os sirva para iniciar una nueva y mejor etapa.

FELICES FIESTAS A TODOS

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miércoles, 23 de diciembre de 2009

Mentiroso


No me digas que me perdiste
de camino al paraíso.
Mentiroso.

No es un aviso.

No me vendas un lugar precioso.
No finjas un abismo.
No creas que lo conseguiste.

Por favor...
¿Dónde está aquello que prometiste?
Dónde está... ¡maldito mentiroso!

Ya es tarde. Ya he caído.


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viernes, 11 de diciembre de 2009

Ensayo sobre la ceguera*


La esclava estaba ciega. No era una ceguera blanca, sino una ceguera negra, oscura, profunda, insalvable.

No recordaba cuando dejó de ver. Tal vez fue aquel día que creyó ver con mayor claridad que nunca. Tal vez fue aquel en que el mundo se ensombreció y no era posible que nadie viera. Sin embargo, todos parecían seguir viendo, excepto ella.

Se suponía que debía ver. No sólo ver sino mirar, observar, escrutar, aprender. Se suponía que debía hacerlo, pero no lo hacía. Fingía. Fijaba la mirada sin ver, como hacen los que no escuchan bien y aun así asienten sin haber entendido.

Dejó de oir también. Sabía que estaban ahí, sabía que le hablaban, pero no veía, no escuchaba. Quería gritar. ¡No te oigo, no te veo! Ya apenas te siento... Pero no lo hizo.

Y pronto dejó de existir.



*El título y la inspiración son mi humilde homenaje a Saramago.
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sábado, 10 de octubre de 2009

La espera


La esclava meditaba. Sentada sobre sus rodillas, sobre la cama, cerró los ojos, esperando. Intentó visualizarlo. Vio como se acercaba, con la fusta en la mano. No logró ver su rostro, aunque intuía unos ojos risueños en aquel semblante que parecía severo.

La imagen cambió. Ya no llevaba una fusta y se había sentado a su lado. Sabía que tenía otro rostro, aunque seguía sin poder verlo. La abrazó con ternura, besándola en los hombros. Ella se estremeció bajo el placer de sus caricias.

La esclava suspiró. Mantuvo los ojos cerrados, esperando otro cambio. El abrazo se esfumó, y pudo ver otro rostro acercándose a cuatro patas. Esta vez llevaba la fusta en la boca y cuando llegó junto a ella, la dejó suavemente sobre la cama, a sus pies. La esclava miró la fusta, acariciándola con la punta de sus dedos. Pudo ver como desaparecía sin apenas tocarla.

Abrió los ojos, cansada de pensar y de esperar. Y entonces fue cuando apareció.
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sábado, 12 de septiembre de 2009

Homenaje a un soñador


Esta es la historia de un soñador.

M era alguien especial. El mundo no le parecía lo suficientemente bonito. Por eso inventó su propia historia, fabricada con los retazos de sus deseos.

En su vida no había nada en su sitio. Pero él lo colocaba todo ordenadamente con piezas de fantasía, creando aquel mundo precioso en el que todo cuadraba pero nada era perfecto.

Le llamaron loco, y sin duda lo era. En sus sueños visitó el mundo entero y probó los más exquisitos manjares. No dudo de que los saboreó con tanta intensidad como si se estuvieran deshaciendo en su boca. Sé que en su retina quedaron grabados los preciosos paisajes de Croacia, la monumental arquitectura francesa y el exótico ambiente de Singapur. Sé que nunca olvidarás el sabor de aquellas frambuesas con hierbaluisa que probaste en París.

Regalaba el amor sin tacañería. Sus palabras fueron un fresco bálsamo para mis heridas. Pero palabra a palabra, beso a beso, el amor se le fue agotando. Siempre dió más del que le quedaba. Hasta esa gris mañana en la que ya no le quedó una pizca para sí mismo.

Aquella mañana, como tantas veces, M deseó escapar de su prisión de fantasía. Pero no supo cómo. Aquella triste mañana de septiembre, M saltó al vacío rumbo a las estrellas.

Rompió más de un corazón. Y en el mío dejó una pequeña muesca en la que reza "yo estuve aquí".

Sí, M, tú estuviste aquí. Y en este corazón triste siempre habrá un rincón que llore cada vez que en mi mente resuenen tus palabras: "Buenos días, princesa..."

Buenas noches, M. Hasta siempre, mi niño.
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viernes, 11 de septiembre de 2009

Tal vez

Tal vez nunca sepas cuánto echo de menos tus besos.
Tus manos.

Tal vez nunca entiendas cómo tus grilletes aprisionan mis muñecas,
aun cuando tú no estás para cerrarlos.

Añoro incluso tus huidas por las mañanas.
Tal vez algún día dejes de huir,
o yo de correr tras de ti.

Tal vez nunca sea tuya del todo
o lo sea a medias para siempre.

Tal vez el día que tú me ames
yo ya no te quiera.
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lunes, 17 de agosto de 2009

Demonios


Los demonios la perseguían. Ya no sabía de dónde provenían. ¿Serían suyos? No, no eran suyos... Eran las garras enfermas de un alma atormentada. Pero ella tenía la culpa, no sabía combatirlos. Una y otra vez, las garras volvían a acosarla. Y ella sucumbía al dolor y a la desesperación. ¡No, por favor! ¡Ya basta! ¡Ya basta! El llanto la devoraba.

Recordó aquella bonita historia. En ella los demonios eran ahuyentados por una fuerza mucho más poderosa. Pero ella no tenía esa fuerza. Nadie la protegía.

Se aferró al enésimo caballero andante. ¡Sálvame! Te lo ruego... Arrodillada, asía su mano como si fuera su tesoro más preciado. Los ojos cerrados, las lágrimas asomaban. Y cuando abrió los ojos, observó como la mano se convertía, lenta e inevitablemente, en la garra de sus terrores.

Su grito rompió la noche, despavorida. Pero nadie la
oyó. Leer más...

domingo, 16 de agosto de 2009

Formas de usar


Pides que te use. Y lo hago. Tu entrega se diluye.
Ya no estoy segura de quién usa a quién. En realidad, nunca lo estuve.
O, tal vez, sí.

Lo formalizas, preguntando: "¿Quieres que te use? Pídelo."
No hay respuesta.... ¿Qué puedo decir?
Largo silencio.

No puedo hablar, los pensamientos se agolpan.
Respondo en silencio: "Siempre me has usado, ¿no te diste cuenta?"
Acaso no sabes que hay ataduras más fuertes que las cuerdas.

Se espesa el silencio. Sigues esperando.
Mi mente sigue murmurando.
"Sí, quiero. Hazlo hoy y mañana.
No dejes de hacerlo."

Consigo articular una palabra.
Susurro: "Sí..."
Apenas se oye, pero has entendido.

Me abandono, me pierdes.
El placer es intenso.
El sentimiento, triste.
Que no termine...

Te despides.
No quiero decir adiós, pero lo digo.
Me despido.

Siempre supe que había mil formas de usar.
Olvidé una. Hacerlo sin ni siquiera saberlo.
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martes, 4 de agosto de 2009

Miedo


Miedo al vacío,
al alma, a la culpa.
Al cuerpo destruído.

Miedo a la locura.

No lo hagas.
No permitas que el alma lo repita
eternamente maldita.

No me dejes morir en vida ante tu muerte.
Cuerpo inerte. Amor ausente.

Miedo atroz. Leer más...

martes, 7 de julio de 2009

Entre amigos I


Sonreía mientras se arreglaba. Aquella noche prometía. Tenía muchas ganas de conocerles. Hacía tiempo que estaban en contacto, por internet. Habían hablado mucho. Compartían su pasión por el sexo, su mentalidad abierta y el amor por la escritura. Y muchas risas.

Aquella noche, por fin, habían quedado. Cañas, cena, copas... Elia sabía que aquella noche lo pasaría en grande con Alex y Javi. Terminó de arreglarse, imaginándoles. Aún no sabía que aspecto tenían, pero les imaginaba con una cara simpática y una sonrisa pícara. Tal vez Alex un poco más serio... En fin, pronto lo sabría.

Se miró al espejo, aún en ropa interior. En un instante se enfundó en su vestido favorito. Negro, corto, escotado. Aquella noche era para los amigos, pero una nunca sabía lo que le depararía la noche. Rió al imaginarse comentando con ellos posibles ligues... "Elia, ese tío te está mirando el culo." "Ummm pues no me importaría que me lo follara jaja." Sonrió... sí, la noche prometía ser muy divertida.



Pocos minutos después, entraba por la puerta de la cervecería donde habían quedado. A pesar de su seguridad, no pudo evitar sentir ciertos nervios. ¿Cómo serían? ¿Se cortarían los tres, o podrían hablar de todo como siempre lo habían hecho? Miró a su alrededor, un poco desorientada. No se le había ocurrido preguntar como los reconocería...

Pronto sus dudas se desvanecieron. Allí, en el otro extremo de la barra, dos tíos la miraban muertos de risa. "¡Elia! ¿A quién buscas? Jajaja" "A unos amigos, pero no podéis ser vosotros porque ellos están ¡muy buenos!" Rió. En realidad, no estaban mal... Uno -Javi, sin duda-, no demasiado alto, pero con una sonrisa traviesa encantadora y unos ojos azules que lloraban de la risa. Alex, más corpulento y con esos ojos negros, que a pesar de su seriedad aparente tenían un brillo especial.

Se acercó, sonriente. Besos, presentaciones... no se habia equivocado al identificarlos. Silencio... a pesar de todo, estaba cortada. Pero Javi no tardó en romper el hielo: "¡Una ronda, que esto hay que celebrarlo!" Brindaron, y los ánimos empezaron a relajarse. Javi contó un par de chistes, verdes, por supuesto. Alex parecía que se sonrojaba y la miraba de reojo para ver como reaccionaba. Pero Elia lloraba de la risa, los nervios ya habían desaparecido.

Cayeron dos rondas más y la noche apenas habia empezado. Salieron hacia el restaurante. Un mejicano, perfecto. La cena fue muy relajada. Risas, bromas... El camarero no dejó de tontear con Elia. Alex sonreía... "Elia, le tienes enamorado" "¡Es por ese escote que lleva! Jajaja" Javi se partía de la risa. "No... es por esa sonrisa de pendón que le pone cada vez que se acerca." "¡Eh! ¿Me has llamado pendón? ¡Mira el chico tímido! Jajaja" Elia no dejaba de reirse. Se lo estaba pasando en grande. Aquellos chicos eran encantadores, se sentía como si les conociera desde siempre. Ummm y los margaritas estaban deliciosos...

Después de los postres, llegaron los tequilas. Las risas aumentaron, si cabía. Elia se levantó. "¡Venga, vamos a bailar!" Javi se río... "Jajaja. Si consigues que Alex baile te doy un premio." "¿Qué premio?" "Ah... - le guiñó un ojo- eso no se dice..."

Consiguió arrastrarles a uno de sus locales favoritos. Nada más entrar en el local se le fueron los pies. "¡Ohhh! ¡Mi canción! A ver que me dice después... ¡so payaso!" Elia cantaba a voz en grito. Alex la miraba divertido y a Javi le faltó tiempo para sacarla a bailar. Elia casi se mareó de dar tantas vueltas. A los pocos minutos ya estaba sudada y afónica de tanto gritar. Javi no se cortaba un pelo. La agarraba por la cintura, con suavidad, casi como una caricia. Sus cuerpos se rozaban, y Elia sonrió al notar lo que parecía una erección debajo de sus pantalones...

Alex les miraba de pie, quieto, con la copa en la mano, sin siquiera seguir el ritmo con los pies. Elia se volvió y le quitó la copa para dársela a Javi. "Alex, ¡te toca!" Él protestó, riendo. "No, yo no bailo..." "¿Ni siquiera conmigo? Venga..." Y tiró de él hasta que sus cuerpos se encontraron. Intentó guiarle, pero Alex enseguida tomó el mando. Sus pies se movían con torpeza, pero sus manos la guiaban con firmeza, amarrándola a él por la cintura.

Elia se sentía a gusto. Su cabeza quedaba a la altura del hombro de Alex. Podía sentir el aroma de su cuello. Se acercó un poco más, y levantó la vista para sonreirle. Él también sonreía.

Sintió un cosquilleo en el costado. Una mano la acariciaba... apenas con la punta de los dedos, rozando su pecho y bajando hasta su cintura. "Te dije que si le hacías bailar tendrías premio..." Y Javi la besó en el cuello con pasión, mientras seguía acariciándole los pechos casi sin tocarla.

En ese instante, Alex la besó en los labios. Fue un beso profundo y sexual... pero muy dulce. Entre ambas caricias, Elia se estremeció de placer. Le devolvió el beso, acariciando su cuello con ternura, mientras su otra mano guiaba la de Javi hacia su muslo desnudo debajo del vestido.

Aquella noche prometía... más de lo que había imaginado
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domingo, 28 de junio de 2009

Vacío


Aquella tarde, sin avisar, el cielo se oscureció. El vacío se apoderó de su alma. Las nubes lloraron con ella. Había perdido al Amo que nunca tuvo. El Dueño que nunca existió la había abandonado.

Cuando dejó de llorar, pensó que no importaba. Algún día le encontraría. Triste consuelo, porque el vacío es poderoso. Y tal vez Él, sencillamente, no exista.


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domingo, 14 de junio de 2009

Nostalgia


Hacía días que él se había ido. ¿Cuántos? Tres, cinco, diez... No importaba, a ella le parecía que había pasado una eternidad. Se removió en la cama, incómoda. Aquella cama que le parecía una prisión cuando él no estaba en ella. Aquella noche, tumbada cómodamente, se sentía mucho menos libre que aquellas que había pasado atada junto a él.

El móvil, junto a ella, no sonaba. Tampoco había noticias en su correo electrónico, que comprobaba obsesivamente cada tres minutos. Retomó la lectura. Sin darse cuenta leyó tres veces la misma línea. Suspiró, aburrida. Volvió la vista al móvil y comprobó de nuevo el correo electrónico. Nada. Decidió escribirle, hoy debía haberlo hecho ya unas diez veces. Aún no había empezado a escribir cuando una sonrisa iluminó su cara. Ahí estaba... le había llegado algo.



Abrió el correo, anhelante. La orden era concisa: "Al suelo, de rodillas. Ten el móvil cerca, te avisaré cuando puedas levantarte." Una oleada de alivio recorrió su cuerpo. Él seguía ahí... Se apresuró a colocarse. Puso un cojín en sus rodillas, como él le había enseñado. Apoyó su culo sobre las piernas, ligeramente separadas. Las manos, sobre sus muslos. Le costaba mucho mantener aquella postura, él lo sabía. Pero aún así se sentía tan feliz, que ni siquiera sintió el dolor que se instaló en sus tobillos, bajo el peso de su cuerpo.

Pensó en su Amo. Últimamente le sentía tan distante, tan lejano... Tal vez por eso aquella orden inesperada había revuelto sus entrañas. Recordó la noche anterior, cuando las lágrimas resbalaban por sus mejillas. Ya no se sentía suya y esa certeza la destrozaba. Anhelaba tanto sentirse su esclava, complacerle... Y sin embargo parecía que él nada necesitaba de ella.

La incómoda postura la devolvió al presente. Se revolvió un poco. Él sabía que nunca le había desobedecido, pero aquella postura le resultaba insoportable. Siguió aguantando, ajustando un poco el peso que su cuerpo ejercía sobre sus piernas. Miró el móvil, sólo habían transcurrido doce minutos. No sabía cuánto más podría aguantar.

Su mente volvió a volar. Recordó la última vez que lo vió. Aquella noche durmió con las esposas puestas y, unida a éstas, una cadena que también le aprisionaba los tobillos. Se había sentido desamparada, él iba a estar lejos muchos días... habría deseado poder dormir en sus brazos. Por la mañana, él le había desatado cuidadosamente las ataduras. Frotó suavemente sus muñecas, sus tobillos. Mientras lo hacía besaba con dulzura su piel, levemente lastimada. Se estremeció de placer al recordarlo... Luego él se había ido sin decir nada.

Diecinueve minutos... Las piernas se le habían dormido. Se incorporó levemente sobre sus rodillas, dejando circular la sangre y volviéndose a sentar nuevamente, recolocando la postura. Susurró en sus pensamientos: "Señor... cuánto le echo de menos..."

Oyó un ruido. Los vecinos, aunque era ya un poco tarde. Se concentró en mantener la vista fija en el suelo. A veces, sin darse cuenta la levantaba, pero inmediatamente volvía a bajarla. Sabía que así era como él lo quería.

Tan concentrada estaba que no se percató de su presencia hasta que sus zapatos aparecieron en su campo visual. Su corazón se aceleró... no era posible, aún faltaban varios días para su vuelta. Levantó la vista, temerosa de que su nostalgia le hubiera jugado una mala pasada.

Cuando sus ojos se encontraron con los suyos, brillantes, supo que nunca había dejado de ser suya
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lunes, 1 de junio de 2009

La esclava hispana III. La preparación II.


Su mirada era aterradora. Aquellos ojos crueles, penetrantes. La sonrisa burlona... El mercader hizo un gesto con la mano.

Sintió que tiraban de ella, hacia atrás, agarrándola por las cuerdas que ataban sus muñecas. Se levantó a duras penas, sus piernas no la sostenían.

Se sintió aliviada cuando la desataron. Pero enseguida volvió el terror... Se vió arrastrada hacia un artilugio que no había visto al entrar. Era una especie de plataforma giratoria, de madera. Sobre ella se habían clavado dos postes de madera, uno a cada lado, unidos por un travesaño en la parte superior. Varios esclavos la colocaron, ni siquiera se resistió.

Con los brazos abiertos, ataron sus muñecas a la parte superior de los postes, en el punto donde éstos se unían con el travesaño. Sus tobillos fueron fijados a la parte inferior de los dos palos de madera. Alrededor de su cuello, una cuerda la unía con la parte central del travesaño. Jadeó... la cuerda estaba bastante apretada y la obligaba a respirar con dificultad. La postura la obligaba a mantener la cabeza gacha, el poste pasaba por detrás de su nuca. Su cuerpo, en aquella postura forzada, se encontraba ligeramente doblado hacia atrás; su culo, expuesto.



El mercader observaba todo el proceso, a cierta distancia. Cuando terminaron de colocarla, se acercó. En aquella postura, ella no alcanzaba a ver más arriba de su pecho, aún esforzándose. "Así aprenderás a no mirar a los ojos de los hombres libres, esclava. Eso es lo que eres, tu cuerpo y tu vida no te pertenecen. No tienen ningún valor, sólo aquél que quiera darles tu Dueño. Podría tenerte así horas, días, incluso para siempre. Hasta puedo no alimentarte, torturarte o mutilarte. Ahora eres de mi propiedad. Cuando te venda, el Amo que te compre podrá matarte, si lo desea. Vete haciendo a la idea."

Mientras decía esto, empujó levemente el poste, haciendo girar la plataforma. Ella no podía verle, pero sentía sus ojos clavados en todos los rincones de su cuerpo. La plataforma se había parado, dejándola de espaldas, su culo al alcance del mercader. Éste siguió hablando: "No creo que tu Dueño quiera matarte, sería un desperdicio. Probablemente quiera usar tu cuerpo para su propio placer. Que complazcas sus deseos más perversos..." Se río a carcajadas. "Tal vez quiera regalarte a un hombre poderoso para comprar algún favor. Vete preparando... al emperador, por ejemplo, le gusta saciar su líbido observando como torturan a sus esclavos."

La esclava se estremeció. El terror se apoderó de ella. Se dió cuenta de que era cierto. Podían torturarla, podían mutilarla... Podían, sencillamente, dejarla morir, aunque tal vez aquél fuera el más magnánimo de sus destinos.

La voz del mercader la sacó de sus pensamientos. "De todos modos, antes de venderte, voy a tener que probar la mercancía y asegurarme de que aprendas a ser obediente y no dejarme en mal lugar ante el comprador." Sintió su mano, brusca, sin delicadeza, explorando su ano. Lo tocó, lo abrió, lo pellizcó... Sintió sus dedos dentro de él, separándolo. Podía imaginarle medio agachado, con su cara junto a su culo, investigándolo con aquellos ojos penetrantes, intentando ver dentro de ella mientras lo manoseaba a su antojo. Apretó los dientes.

De repente, paró la exploración. La esclava alzó los ojos y vió a un esclavo acercarse con un largo palo de madera. Dios mío... ¿qué iba a hacerle con eso? Tensó su espalda, esperando los golpes. Pero éstos no llegaron.

En lugar de los esperados golpes, sintió otras manos separando sus nalgas. Ella no podía verlo, pero oía al mercader dando órdenes. "¡Separadlas!" De repente, un dolor terrible le sacudió las entrañas. Sintió el palo en el interior de su culo, su cuerpo se convulsionó... Su grito estremeció las paredes. Alguien empujó el palo hacia un lado, haciendo girar la plataforma. Nuevamente tenía al mercader ante sus ojos, o lo que podía ver de él. Intentó no llorar, pero era imposible, el dolor era demasiado intenso. "¡Apretad más!" Sintió que su cuerpo se partiría en dos, volvió a chillar... Un bofetón le cruzó la cara: "No grites, esclava." Y a continuación... "¡Más!"

El palo se introdujo todavía más en su culo y la esclava volvió a aullar de dolor. Esta vez, el bofetón la dejó casi inconsciente. "Mejor será que obedezcas y dejes de gritar, esclava." Ella sollozó y se mordió los labios. De nuevo, el dolor la penetró... pero esta vez sólo salió un grito ahogado de su garganta, los labios apretados...

Aún así el mercader no se contentó, dió la orden, una vez más. Tampoco esta vez se la oyó gritar, ya no aullaba, el dolor iba por dentro. "¡Desatadla!" Cuando le soltaron las cuerdas que la sostenían, cayó de bruces.

Intentó levantarse, pero el mercader fue más rápido. La suela de su sandalia golpeó su cara contra el suelo. "¿Crees que ya lo tienes claro, esclava? ¿Dónde está ahora tu rebeldía?" Ella no dijo nada, no podía hacerlo. Ya no le quedaban fuerzas. El mercader levantó el pie de su cara, pero ella no se movió. Le sintió sobre ella, sentía sus ropas, ni siquiera se había desvestido. Le folló el culo, aún dolorido. Ella no gritó, no gimió, no sollozó. Sólo se quedó quieta. Mientras la follaba, le manoseaba y pellizcaba los pechos. Oyó su último gemido, sintió su semen rebosando por su culo. Notó como se levantaba, no le miró, sus ojos estaban cerrados.

El líquido tibio cayó sobre su cara, mojándole el pelo, resbalando por sus mejillas, por su espalda. Los ojos seguían cerrados, pero lo reconoció por su olor... "Olvida lo que eras, esclava, porque ya no eres nada. Un meadero. Un agujero al que follar. Un cuerpo al que torturar."

Mientras se alejaba se dirigió a los esclavos: "Preparadla para el mercado".
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martes, 26 de mayo de 2009

La esclava hispana II. La preparación


La comitiva había llegado a las afueras de la ciudad. Fuera de las murallas, en una pequeña edificación, sobria como un establo, les esperaban los funcionarios del Imperio. Les contaron, eran miles. La gran mayoría embarcarían con destino a Delos, el gran mercado del que se decía que se vendían 10.000 esclavos diarios, donde incluso se había construido un ágora diseñada expresamente con ese propósito.

El resto, sin embargo, unas pocas decenas, serían vendidos en Roma, en una subasta improvisada en el foro. Aquellos cuya apariencia o educación les convertía en ejemplares aptos para la servidumbre urbana. Entre ellos, la esclava hispana.



Escoltados ahora por unos pocos soldados, franquearon las murallas. La esclava abrió desmesuradamente sus grandes ojos negros. La ciudad era vasta, monumental, espléndida. Nada parecido a lo que ella había visto. Cruzaron barrios enteros llenos de casas. Podía distinguir grandes edificios, aún lejanos, que sobresalían de los tejados más bajos. Según se acercaban al centro, la multitud aumentaba. Ella nunca había visto a tanta gente en una sola aldea.

Los ciudadanos no les miraban. Estaban acostumbrados a las comitivas de esclavos. Sólo algunos esclavos les dirigían la mirada, algunos con simpatía, pero la mayoría con indolencia. Tenían la mirada perdida.

Se sintió extrañamente emocionada. Ella, que nunca había salido de su aldea, estaba en Roma. Aquello era otro mundo, aquel con el que había soñado. Un brusco empujón la devolvió a la realidad: "'¡Camina, esclava!" Siguió andando. Tal vez no era el mundo que había soñado.

Les guiaron hasta un humilde edificio, unas pequeñas termas. Les obligaron a desnudarse y a bañarse. Ella agradeció el baño. Le daba igual desnudarse, eso ya no importaba. Su cuerpo ya no le pertenecía. Ni siquiera le importó hacerlo rodeada de los que compartían su misma suerte, aunque eran tantos que casi no cabían y se veían obligados a apretarse unos a otros.

Sus heridas ya casi habían cicatrizado, las marcas de los golpes sufridos, de la humillación padecida, ya casi habían desaparecido. Ahora entendía porque las últimas noches la habían respetado. Alcanzaría más valor si su cuerpo estaba en buen estado, si parecía sana, y bella.

Salieron del baño, aún desnudos. El mercader les esperaba, observándoles. Pasó revista, uno a uno, examinándoles. Ella le observaba de reojo, sus ojos eran penetrantes; su expresión, cruel. Cuando llegó su turno, la observó detenidamente, de abajo arriba. Se detuvo largamente en sus muslos, en su vientre, en sus pechos. Después examinó detenidamente su cara, cogiéndola por el mentón. Ella sostuvo su mirada, desafiante. El mercader dió una orden: "Apartad a ésta". Se vió empujada fuera de la hilera de esclavos y retenida en una esquina de la estancia.

Cuando el mercader acabó de pasar revista se dirigió a ella. La miró, lascivo. "Eres una belleza y voy a sacar mucho dinero por ti. Pero la rebeldía rebaja el precio, y no voy a permitirlo. Aún faltan unas horas para la subasta, hay tiempo de corregirlo." Entonces se dirigió a un esclavo que le seguía tomando notas. "Cien azotes, con la paleta, no quiero marcas. La rojez desaparecerá a tiempo de la venta."

El esclavo se la llevó a rastras hasta otra estancia. Ella se resistía. Le habló, desesperada: "¿No vas a hacerlo, verdad? Tú también eres esclavo, ¡ayúdame!". Él la miró y ella comprendió que no la ayudaría. En sus ojos también había una expresión cruel, tal vez resultado de tantos años de esclavitud. La estancia era oscura, las paredes desnudas, de piedra, algunas argollas en la pared. En el centro había una especie de cajón de madera.

Ella seguía desnuda. Sin decir nada, el esclavo tomó una cuerda y le ató las manos a la espalda. La obligó a arrodillarse y a inclinarse hacia delante, apoyando la cabeza sobre el cajón de madera. Apenas podía moverse, pues sin el apoyo de las manos, su único punto de equilibrio era el cajón donde apoyaba la cabeza. Desde esa postura no podía ver lo que él hacía.

De repente, un golpe brutal descargó sobre sus nalgas. Sintió un escozor terrible, pero apretó los dientes para no gritar. "Cuéntalos", dijo el esclavo. Ella siguió aprentando los dientes, sin decir nada. Sintió otro golpe, mucho más fuerte.Y otra vez la orden, "¡Cuéntalos!". Siguió sin decir nada. El esclavo apretó su cabeza, presionándola contra el cajón. "Esto es para que aprendas que eres una esclava, que no tienes otra opción más que obedecer. Así lo quiere el Amo. Cuánto antes te des cuenta, menor será tu sufrimiento."

La esclava sollozó. Empezó a contar. "Tres...". "Desde el principio, esclava", y un nuevo azote descargó sobre sus nalgas. Ella gritó, en voz alta y fuerte, aún orgullosa, "¡Uno!". Los golpes siguieron cayendo. Ella seguía contando, pero según iban avanzando los números su voz se hacía mñas débil. Se esforzaba por no llorar, el dolor era terrible. "Diecisiete...". ¡Dios mío! Sólo diecisiete, el mercader había dicho cien azotes.

Empezó a llorar, silenciosamente. Sentñia que su cuerpo ya no le pertenecía. Alli estaba, desnuda, atada, azotada. Serían cien azotes, pero podrían haber sido doscientos. O cualquier otra cosa. ¿Qué vendría después?

Los golpes no cesaban. Empezó a marearse. Sin darse cuenta dejó de contar, creyó que iba a desmayarse. Un fuerte golpe la devolvió a la realidad, "¡Cuenta, esclava!". Abrió los ojos, desorientada. "Cuarenta y tres...". El esclavó soltó una carcajada. "¿Vuelves atrás? Será que te están gustando los azotes. Cuarenta y tres, entonces." Y siguió golpeando.

Ella sentía su culo enrojecido, los golpes escocían cada vez más. Intentó mantenerse despierta, no quería volver a perder la cuenta. Otra vez sintió que desfallecía, el dolor era insoportable. La postura, terrible. Le temblaban las piernas y le dolían los brazos a su espalda. Se le cerraban los ojos...

El agua helada descargó contra su cara, su pelo, su espalda...Creyó que se ahogaba... Los azotes no habían cesado. Intentó mirar a su alrededor, debía haber alguien más. Reconoció al mercader al instante. La miraba, burlón, con una mueca de crueldad en su rostro a cada uno de los azotes que ella contaba. A su lado, un joven esclavo con un barreño en la mano la miraba con piedad.

Siguió contando, observada por múltiples esclavos que se movían por la estancia. Dios... ellos lo estaban viendo... El agua resbalaba por sus nalgas. Al principio creyó que eso la aliviaría, pero no fue así. El dolor fue cada vez más intenso. Aguanta, ya falta menos...

Noventa y ocho... noventa y nueve... ¡cien! El alivio, casi el triumfo, escaparon de su garganta en aquel grito que casi lo había sido de victoria. Sus músculos se destensaron, su cabeza se relajó sobre el cajón.

Pero cuando levantó la vista para mirar al mercader, comprendió que aquello no había hecho más que empezar.
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jueves, 21 de mayo de 2009

La esclava hispana I. La violación.


Sus pies ya no la sostenían. Las largas semanas de viaje parecían llegar a su fin. Tras largos días de campos vacíos, las villas empezaban a sucederse. La comitiva avanzaba despacio, precedida y escoltada por las milicias romanas. Los primeros días de viaje había llorado largas horas mientras caminaba. Pensaba en su aldea, en Hispania, como ellos la llamaban. En su familia, a la que sabía que nunca volvería a ver. El ejército romano había arrasado su aldea en apenas unas horas. En medio de la confusión, había perdido todo contacto con nadie a quien conociera.

Pensó en su vida anterior, y en como sería a partir de ahora. A sus 17 años hacía muchos que debería haberse casado. Recordaba cuantas veces se lo había dicho su madre. Lloró al recordarla. Su rebeldía, sin embargo, la había impedido entregarse a cualquiera de tantos hombres que la habían pretendido. Su pasión, sus ganas de conocer mundo... Pensó, amargamente, que ahora estaba conociendo otro mundo, aunque este era mucho más cruel que el que había descubierto en sus fantasías.

Recordó la primera noche tras la batalla, si es que merecía ese nombre. Los prisioneros habían sido recluidos en algunos de los edificios de la aldea. Les habían dicho que serían esclavos, serían llevados a Roma para venderlos. Los soldados estaban cansados, pero eufóricos tras la victoria. Su recompensa había sido una gran noche festiva en la que el vino corrió de mano en mano. Igual que las prisioneras. Apretó los dientes... Las semanas transcurridas no habían borrado aquellos recuerdos de su memoria. La humillación sufrida. La violación y tortura de su cuerpo...



Las mujeres más jóvenes habían sido recluidas en el mismo lugar. Los llantos no lograban apagar el fragor de la fiesta, que crecía copa a copa, trago a trago. De repente, las puertas se abrieron y los soldados se precipitaron al interior. Tambaleándose, borrachos, riendo a carcajadas. Uno de ellos la agarró por los pies y tiró de ella: "¡Eehh! ¡Esta es buena!" Intentó aferrarse a algo pero sintió como la arrastraban al exterior, sin remedio. Se retorció, dio patadas, gritó... Pero antes de darse cuenta estaba tumbada boca abajo sobre la hierba mojada.

Le dolía todo el cuerpo, la habían arrastrado largos metros. Sentía el escozor de las quemaduras en sus muslos, desnudos, pues al arrastrarla el vestido se había subido y desgarrado. Oía los gritos a su alrededor, risas, llantos, gemidos... La luz de las hogueras iluminaba ténuemente el terreno. Intentó levantarse pero no pudo, cayó de bruces contra el suelo. Oyó risotadas a su alrededor: "¡Miradla, quiere escaparse!" "Si ni siquiera puede levantarse, ¡jaja!" "Pues menos va a poder cuando acabemos con ella..." Y las carcajadas aumentaban. Y luego otra voz... "¡Quietos! Yo voy primero, babosos."

Ella rompió a llorar, su cara contra la hierba. Ni siquiera intentó cubrir sus muslos desnudos, solo cubrió su cara, para no darles el placer de verla llorar. El último en hablar la cogió de la cintura, y tiró de ella. Ni siquiera se molestó en quitarle el vestido. Subió la poca tela que aun la cubría, dejando al descubierto su culo. Le oyó reir... "¡Me habéis traído a una buena puta!" Sintió sus manos sucias sobre sus nalgas, separándolas con brusquedad. La embestida fue tan terrible que se sintió desfallecer de dolor. Gritó, aulló, lloró y hasta suplicó. No quería hacerlo, pero lo hizo. El soldado seguía riendo... "¡Mira como suplica la puta, con lo orgullosa que parecía!"

Siguió follándole el culo, una y otra vez, golpe a golpe. El dolor no cesaba, pero sus llantos pararon. Sintió sus manos sobre su espalda y sobre su cabeza, presionándola contra el suelo mientras seguía follándola, violándola. Apenas podía respirar. Dios mío, ¿es que aquello no acabaría nunca? ¡Iba a estallar de dolor! Los jadeos empezaron a intensificarse, sintió su aliento cerca, sus babas ensuciándola. "¡Perra, me voy a correr en tu culo! ¿Ya no lloras, puta? Llora para mí..." De repente, lo sintió. Su culo rebosaba el semen de aquel cerdo que acababa de violarla. Se sintió asqueada y tuvo náuseas. Él seguía dentro de ella y ella empezó a retorcerse. Necesitaba liberarse...

Él se apartó, riendo. "¡Levántate, esclava!" Ella no se movió. "¡Levántate!" Y sintió una patada en el costado que la hizo retorcese de dolor. Se levantó, como pudo. Estaba mareada, se tambaleaba. Oía las risas a su alrededor. Alguien alargó la mano y le desgarró el vestido por delante. Sus pechos quedaron al descubierto. Más risas... Tiraron de ella, la tocaron, le pellizcaron los pezones, "Me toca", "¡No, me toca a mí!". La empujaban de un lado a otro. Cayó al suelo, de rodillas. Buscó el suelo, con sus manos, algún apoyo... "¡Mírala, si ella sola se pone a cuatro patas!" Sintió como la tiraban del pelo, desde atrás, obligándola a levantar la cabeza. Otra vez... sintió una polla forzándola, esta vez en su coño. Empujaba, intentaba forzarla, pero no podía. Un brutal golpe descargó sobre su muslo, "¡Abre las piernas, perra!" Y finalmente la penetró, con fuerza, con rabia. El dolor fue brutal. Sintió como sangraba. Las embestidas se hicieron más fuertes, "Resulta que era virgen, ¡qué suerte la mía!" A ella ya ni siquiera le dolía el cuerpo. Le dolía la postura, le dolía el alma, porque al seguir tirando de su pelo veía a los demás como la miraban, como se reían...

Cerró los ojos. Sintió las embestidas, una detrás de otra, y de repente, notó algo duro en su cara. Abrió los ojos, desconcertada. Vió la polla ante su cara, empujando contra su boca. "Yo voy a estrenar el tercer agujero, esclava. ¡Abre la boca!" Ella negó con la mirada, desafiante. No vió venir el tortazo, sintió que su mejilla se desgarraba. Abrió la boca. Se la metió tan adentro que creyó que se ahogaría. Le pareció que el otro soldado se corría en su coño, pero inmediatamente volvieron las embestidas. ¿Sería otro?

Intentó concentrarse en respirar. A cada embestida sentía arcadas y creía que se ahogaba. "¿No sabes usar la lengua, inútil?" Aún sentía el semen chorreando en su coño, no sabía si se habían corrido otra vez, cuando se produjo una nueva explosión en su boca. Quiso vomitar e intentó no ahogarse, quería escupirlo, pero el soldado mantuvo su polla en su boca, obligándola a tragar...

Las lágrimas volvían a correr por sus mejillas, al recordarlo. Aquella noche y todas las que le habían seguido desde entonces. Había sido usada y humillada, despedazada y torturada. Las últimas noches no habían venido, tal vez para dejar que su cuerpo maltratado se recuperara... ¿Para qué?

Divisó a lo lejos las murallas de Roma y, extrañamente, sintió una punzada de esperanza. Al fin y al cabo, lo que la esperaba no podía ser peor de lo que ya había sufrido
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lunes, 11 de mayo de 2009

Azotada


No hacía mucho que se había entregado a él. Habían charlado mucho, largas horas, meses, años. Pero apenas hacía unas pocas horas que ella le había dicho, mirándole a los ojos, suplicante. Deseo ser tuya...

Sabía lo que eso significaba. Sabía que la haría sufrir, y disfrutar. Retorcerse de dolor, y de placer. Sabía que nada de lo que sintiera con él lo había experimentado antes. Que, de algún modo extraño, todo era distinto. Y, sin embargo, conocido a la vez. Cercano, presente, real.

No le había deseado con locura, como le había ocurrido en otras ocasiones, pero sí con fuerza. No con urgencia, pero sí con serenidad, con confianza. Con seguridad. Sencillamente, había sabido que sería suya, cuando él lo deseara.

Se encontraba en una habitación, amplia, desnuda, prácticamente sin mueble alguno. La luz era tenue pero no tanto como para que no pudiera observar lo que ocurría. Le veía ir de aquí para allá, colocando objetos e instrumentos que ni siquiera sabía que existían.

Estaba desnuda. Atada por las muñecas, juntas, con unas cuerdas blancas fijadas al techo a través de una anilla. El largo de las cuerdas era justo, apenas le llegaban los pies al suelo. Su libertad de movimientos, nula. El resto de su cuerpo, expuesto, desnudo, sin cuerdas, sin adornos. Sólo su piel, temblorosa ante lo que aún no sabía que le esperaba.



Su corazón latía con fuerza y se aceleraba cada vez que él se acercaba. Pero él no la miraba. Seguía con sus preparativos, aterradores e intrigantes a la vez.

Finalmente, se acercó a ella. La besó, dulcemente, en los labios. "Si después de esto, sigues deseando ser mía, te aceptaré". Ella tembló, sus palabras la petrificaron. Sus ojos azules, transparentes, le miraron interrogadores. Qué vas a hacerme... le decían.

No le vió coger la vara. De repente, un fuerte golpe descargó sobre su nalgas, desnudas. El dolor fue tan intenso, que no pudo reprimir un grito. Se mordió los labios, las lágrimas corrían por sus mejillas. Nunca había experimentado un dolor tan brutal, tan desgarrador.

Intentó volverse, buscar su mirada, pero antes de que pudiera hacerlo, un segundo golpe, más fuerte aún que el primero, rasgó sus piel, dejando una delgada marca escarlata. Aulló de dolor. Sollozó. Se mordió los labios, más fuerte aún. No quería suplicar, no quería dejarlo, ella era más fuerte que eso, no quería, no podía... decepcionarle.

Los azotes se intensificaron, más brutales cada vez. Sus gritos desgarraron el aire al tiempo que la vara desgarraba su piel, cada vez más ardiente. Tantas veces se sintió tentada de suplicar, tantas de pedirle que parara...

Sus labios sangraban. Apenas sentía ya el dolor. Su piel ardía. Se sentía exhausta, agotada, despedazada. Colgaba prácticamente de sus muñecas, pues sus pies ya no la sostenían. Y los golpes no cesaban.

Tras unos cuantos azotes -¿cuántos habían sido? ¿10, 20, 50?-, él se acercó a ella y la besó en los labios y en las mejillas, sorbiendo su sangre y sus lágrimas. Suavemente le desató las muñecas, sujetándola para que no se desplomara. Ella se sintió desfallecer, sus ojos se nublaron y cayó en sus brazos. Él la sostuvo y la llevó, en brazos, hasta la cama. Se tumbó a su lado y la abrazó. "Ya eres mía, pequeña".

Y ella, aún desvanecida, sonrió.
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miércoles, 6 de mayo de 2009

Encuentro II

El camarero se le acercó, con una sonrisa seductora. Hizo algún comentario sobre aquella belleza, sentada sola, pero ella no le hizo caso. Ordenó su bebida, sin más, y observó a la gente que pasaba. Sintió como la brisa corría entre sus piernas, desnudas, refrescando su deseo... de... ¿de qué?

Se quedó absorta. No sabía lo que deseaba, no sabía lo que buscaba. No sabía quién era. Pero sabía que estaba ahí. Y que algún día la poseería. Un susurro en su oído la despertó de sus pensamientos: "¿Qué hace una puta como tú, aquí tan sola?"


Se volvió, furiosa, dispuesta a abofetearle por semejante atrevimiento. ¿Qué se había creído? Él le sujetó la mano, sonriendo. Confiado. Titubeó: "¿Pero qué...?"

Él la soltó y se sentó a su lado, mirándola fijamente a los ojos. Y sin dejar de sonreir.

* * *

La siguió con la mirada, hasta aquella mesa en la terraza donde la vio sentarse. Sabía que ella ni le había mirado, pero le había sentido... Lo sabía.

Cuando le susurró al oído, pudo sentir su aroma. Fresco y cálido a la vez. Vió la furia en sus ojos -¡qué bella estaba cuando se enfadaba!-, pero también vio su desesperación, su anhelo, su deseo.

Se sentó junto a ella. Sintió como se desarmaba. Sonrió. Pidió una cerveza, sin dejar de mirarla a esos ojos azules tan transparentes, que se lo decían todo. La vió titubear... no sabía qué hacer. Su sonrisa se hizo más amplia. "¿Qué te pasa preciosa? ¿Se te ha comido la lengua el gato?" Le divirtió su enfado, ver como dudaba, y cuando se levantó para marcharse, orgullosa, la agarró del brazo: "Siéntate".

Y ella se sentó.

* * *

¿Por qué lo había hecho? ¿Por qué se había sentado? Dios... no podía pensar. Se sentía descubierta, expuesta, humillada. Instintivamente, cruzó las piernas. ¿Habría notado que no llevaba nada debajo?

Le miró de reojo, ni siquiera se atrevía a mirarle directamente. Vio la sonrisa borrarse de su cara. "No vuelvas a cruzar las piernas en mi presencia". Abrió, la boca, pero no salió ningún sonido. Temblorosa, separó las piernas. Y le víó sonreir otra vez...

Y, sin darse cuenta, ella también sonrió.

* * *
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lunes, 27 de abril de 2009

Encuentro I

Se despertó inquieta, revolviéndose entre las sábanas. Restregó su cuerpo contra el colchón, todavía adormilada. Había tenido un sueño... no lo recordaba, pero algo en él había despertado su deseo, tanto tiempo abandonado. Abrió los ojos y observó el otro lado de la cama, vacío. Suspiró.

Se levantó. La ducha se alargó algo más de lo habitual. Con los ojos cerrados, dejó que la esponja se recreara en todos los rincones de su cuerpo. No cogió la toalla. Le gustaba sentir las gotas de agua resbalando sobre su piel. Desnuda, arregló su pelo y se maquilló. No demasiado, lo justo para resaltar sus ojos y darle un sensual tono brillante a sus labios. Pensó en dónde iría. ¿Qué más daba? Sólo quería salir y disfrutar del sol y de su cuerpo.

Escudriñó su armario. Eligió uno de sus vestidos preferidos. Corto y escotado, de tela muy fina, casi transparente y con un colorido estampado. Le gustaba por su movimiento vaporoso, porque llevarlo era como no llevar nada. No se puso nada más, sólo unas sandalias de tacón, y salió a la calle.


Ignoró a los hombres que se volvían a su paso. Se concentró en la brisa que, juguetona, acariciaba su cuerpo desnudo bajo el vestido. Los más guapos, confiados, se atrevían a dedicarle una sonrisa. Ella no les miraba. Le gustaba el poder que ejercía sobre ellos, que la miraran, que la desearan. Pero su anhelo era encontrar a un hombre que ejerciera ese mismo poder sobre ella, que despertara su deseo más profundo, que la poseyera.

Que la dominara.

Se adentró en la plaza de la basílica. La brisa, algo más fuerte, parecía querer arrancarle el vestido. Imaginó las caras de los transeúntes si el viento dejara al descubierto su cuerpo desnudo. Sonrió. Distraída, topó con alguien. Ni siquiera le miró, pero entre murmullos de disculpas, le pareció sentir sus dedos rozando su pezón, erecto con la frescura de la brisa. Se estremeció. ¿Lo habría imaginado?

Siguió andando, absorta por aquel excitante encuentro. Se sentó en una terraza, sin cruzar las piernas, y esperó a que viniera el camarero.

* * *

La vió a lo lejos, era imposible no hacerlo. Andaba con paso firme, indiferente a las miradas que inevitablemente la escudriñaban a su paso. Era una chica preciosa, eso era cierto, y se notaba que era consciente de ello. Pero había algo más en ella que le llamaba la atención, un aura de sensualidad distinta, anhelante, tal vez desesperada. Según se acercaba pudo confirmarlo en su mirada, parecía perdida.

El aire pegaba el vestido a su cuerpo, mostrándolo de tal manera que habría dado lo mismo que andara desnuda. Juraría que no llevaba nada debajo, podía notar sus pezones a través de aquella tela etérea, casi transparente. Ella ni siquiera le vio, no se fijaría en un chico como él, pero cuando toparon pudo sentir como tembló al notar sus dedos sobre su pecho. Era cierto que no llevaba ropa interior, había podido entrever sus nalgas mientras se alejaba.

Sonrió. Menuda puta.

* * *
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viernes, 24 de abril de 2009

Mientras dormía

Se acostó junto a él, mimosa. Había sido un día precioso, junto a aquel mar tan intensamente azul de las islas griegas. Habían desayunado en su terraza privada, en aquella preciosa habitación de hotel. No habían salido de la habitación, más que para disfrutar de aquella pequeña y desierta cala que aquellos días les pertenecía. Sólos ellos dos, no había nadie más en el mundo.

Llevaba puesto su camisón favorito, aunque sospechaba que él la prefería desnuda. Ajustado, y muy corto, con la tela justa para cubrir sus nalgas, pero lo bastante escueto como para resultar un poco indecente. Y muy escotado. Le encantaba ese camisón. La hacía sentirse sexy y deseable y podía ver como él la miraba cuando lo llevaba puesto.

Le besó, sonriente, y se dió la vuelta, obligándole a abrazarla desde atrás, rodeándola con sus brazos. Se movió ligeramente, rozando su culo contra él, juguetona. ¿Notaría que no llevaba nada debajo? Él no parecía muy dispuesto a unirse a su juego. Se sintió desamparada, ansiosa. ¡Cómo deseaba que la tocara! Que la hiciera sentirse suya, tan suya que casi resultaba doloroso. Como cuando aprovechaba esa postura para juguetear con sus pezones, pellizcándolos a su antojo. Mmmm... Se movió para acariciar su mano con su pecho. Si Mahoma no va a la montaña... Él le acarició el pezón con suavidad, pero enseguida volvió a colocar las manos en su cintura y a respirar con más profundidad. Se había dormido.

* * *


La vió acercarse desde la cama. Llevaba puesto aquel camisón que tanto le gustaba. A él le gustaba vérselo puesto, no tanto por su aspecto -aunque estaba preciosa- sino por que le gustaba verla en aquella actitud sexy y provocativa que adoptaba cuando se lo ponía. Sabía lo bien que le sentaba y eso la hacía comportarse de un modo más sensual, si cabe, de lo habitual. Diosss... cómo le ponía. Cuando la veía acercarse con aquel escote, que sabía que habría colocado cuidadosamente para que enseñara la mayor parte posible de sus pechos.
Estaba cansado. La abrazó cuando se tumbó junto a él, dándole la espalda. Le gustaba esa postura. Podía oler el aroma de su pelo y sentir todo su cuerpo contra él. Notó como se movía sutilmente para provocarle y se dejo hacer, apretado a ella. Sintió el calor de su culo. Sonrió. La muy perra no se había puesto nada debajo. Aún se resistiría un poco más. Acarició su pezón, sin demasiado interés. Sabía que ella le buscaba pero no quería ponérselo fácil. Aunque se moría de ganas de...

Con estos pensamientos, se quedó dormido.

* * *

Se despertó en mitad de la noche. Miró el reloj y vió que eran las 4 de la mañana. Tenía ganas de ir al baño. Se levantó con cuidado, intentando no despertarla.

Cuando volvió, se quedó observándola, de pie, ante la cama. Se había quedado dormida boca abajo, medio ladeada. Podía ver su pecho sobresaliendo del camisón bajo la presión ejercida contra la cama. El camisón se le había subido ligeramente, dejando entrever la curvatura de sus nalgas, aquella sutil línea que separaba sus largas piernas de su apetecible culo. Ahí estaba, y era suya. Tuvo una erección al verla en esa postura, casi ofrecida para él. Dioss... ¡como le apetecía follarla! Se dirigió a su lado de la cama, sigilosamente, para no despertarla. Pero lo pensó mejor. Al fin y al cabo, ERA suya.

La agarró suavemente por los pies y tiró de ella hacia el extremo de la cama. Vió como se despertaba, sobresaltada, pero no le dio tiempo a reaccionar. Al tirar de ella el camisón subió hasta su cintura, dejando su culo expuesto. Se sentó encima de ella, todavía bocaabajo, y la cogió de las manos, acercando sus labios a su oído. "Perrita, voy a follarte. No te muevas." Colocó sus manos juntas, estiradas por encima de su cabeza. Ella no se movía, todavía parecía adormilada, pero le pareció haberla visto morderse los labios, excitada.

Volvió a concentrarse en su culo. Separó las nalgas, con cierta brusquedad, y le metió la lengua tan hondo como pudo. Le sorprendió descubrir lo rápido que cedía. Aquel culo estaba deseando que lo follaran. La obligó a mantener las piernas juntas, y se tumbó sobre ella, agarrándole nuevamente las manos para mantenerlas sobre su cabeza. Oyó como gemía. "No quiero oírte, perra". Le metió la polla hasta el fondo, de una vez. La oyó gemir otra vez. Apretó su cabeza contra la cama. "No quiero oírte". Volvió a dar una embestida, esta vez más fuerte. Qué bien entraba... Siguió empujando, una y otra vez, notando como ella reprimía sus gemidos. Cada vez estaba más excitado, y cada vez lo hacía más fuerte. Pensó en lo que estaba haciendo, usando a su esclava. La había visto y la había tomado. ¡Y podía hacerlo! Podía follarla cuando quisiera... Iba a correrse.

* * *

Sintió algo que tiraba de ella y se asustó. ¿Qué ocurría? Todavía estaba dormida cuando se sintió aprisionada contra la cama y oyó la voz de su Amo en su oído. "Perrita, voy a follarte. No te muevas". No acababa de entenderlo, ¿estaba soñando? Pero dioss, que excitante era aquello.

Intentó mantenerse quieta mientras él le abría las nalgas y le metía la lengua. No pudo evitar un gemido cuando se tumbó sobre ella. Iba a follarle el culo... mmm... Se mordió los labios cuando le oyó ordenarle que se callara. Quería complacerle, quería ser suya, hacer exactamente lo que él quisiera. Se sobresaltó al notar la primera embestida, tan dura que casi le dolió. Dejó escapar otro gemido. Sintió su cabeza contra las sábanas y las mordió, para evitar volver a gemir. Él la follaba con fuerza. No podía moverse, la tenía cogida por las manos y la aprisionaba con su cuerpo contra la cama. Tenía ganas de tocarse, de acariciarse, de gritar. De darle las gracias a su Dueño por el placer que le hacía sentir. Él no dijo nada más. No era necesario. No hacía falta que le dijera "perra, eres mi esclava, te estoy usando". No hacía falta. Simplemente era así, y los dos lo sabían.

Aún se sentía medio adormilada, como en un sueño del que no quería despertar. Las embestidas eran cada vez más fuertes. Le oyó gemir y sintió una explosión en su interior. Casi podía sentir su placer...

* * *

Él se quedó encima de ella apenas unos segundos, lo suficiente para recuperarse. Luego se hizo a un lado, y se acomodó en la cama. Ella se acurrucó junto a él con una sonrisa en los labios, y siguió durmiendo.

* * *
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